1. El Señor es mi luz y mi salvación
Estimados catecúmenos, en esta entrada os presento el tema 1 completo titulado: El Señor es mi luz y mi salvación. Espero que os sirva para reflexionar e integrar de manera progresiva la presencia de Dios en vuestras vidas cotidianas.
QUÉ PRETENDEMOS CONSEGUIR CON ESTE TEMA...
– Reconocer la Persona de Jesús como luz para nuestra vida.
– Crecer en la experiencia orante pidiéndole a Dios que avive en cada uno la llama de la fe.
– Reconocer que en el bautismo somos hechos hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
– Crecer en la experiencia orante pidiéndole a Dios que avive en cada uno la llama de la fe.
– Reconocer que en el bautismo somos hechos hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
Cuando hemos visto algo, cuando lo contamos, decimos que hemos sido testigos.
Los Apóstoles, con Pedro a la cabeza, fueron testigos de un acontecimiento
único en la historia: Jesús, el hijo de Dios hecho nombre, murió en la cruz y
ha resucitado de entre los muertos. Ellos fueron los primeros testigos del
Señor Jesús.
Después, una larga cadena de cristianos ha seguido
proclamando a todos que Cristo está vivo y que es Dios con nosotros. Muchos
niños, jóvenes, hombres y mujeres encontramos en él la luz que guía nuestros
pasos.
La Iglesia nos ofrece y nos da a Cristo. Nadie
puede amar a Cristo prescindiendo de la Iglesia; nadie puede escuchar a Cristo
si no escucha a la Iglesia; nadie puede estar en Cristo y al margen de la Iglesia.
Por tanto, no podemos alcanzar a Cristo sin la Iglesia.
Cuando una persona no sabe qué camino tomar en su
vida, decimos que anda como en tinieblas, en oscuridad. Para no tropezar
necesita acercarse a la luz. Jesús es la verdadera luz. No hay sombra, por más
densa que sea, que pueda oscurecer la luz de Cristo. Él es la gran luz de la
que proviene toda vida. Él es Dios. Estamos llamados a reconocer su gloria de
un confín al otro de la tierra.
Por eso, los que se acercan a Cristo y creen en
él, están alegres y mantienen siempre la esperanza. Él nos indica el camino.
Viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz.
Tú, un día recibiste el sacramento del bautismo.
Aquel día naciste a una vida nueva. Entraste en la vida de Dios, que es el
amor, en la vida de la Trinidad: un solo Dios verdadero –Padre, Hijo y Espíritu
Santo–. Eres cristiana por la gracia de Dios (ver capítulo 28).
Después del bautismo, la Iglesia te acompaña y te
prepara para recibir los otros sacramentos de la iniciación cristiana: la
confirmación y la eucaristía. Ella siempre te ayudará a vivir la fe, porque no
se puede ser cristiano sin la Iglesia (ver capítulos 3 y 96).
Para ti, ¿Jesús es la luz? ¿Sabes que tú mismo eres luz? ¿Cómo vas a
iluminar a tus compañeros? La catequesis te ayudará a conocer y amar más a Jesucristo. Participando en
ella durante el tiempo necesario podrás apreciar mejor ese gran regalo que se
te ha ofrecido, dar gracias a Dios y ser, tú también, testigo del Señor.
IR A CATEQUESIS
Desde
los primeros tiempos de la Iglesia, la palabra de Dios fue transmitida de
diversas maneras. El término «catequesis» proviene del griego y significa
propiamente «resignar», «hacer reaccionar», y se usa como «instruir»,
«enseñar», «explicar». Muy pronto se llamó «catequesis» al conjunto de los
esfuerzos realizados por la Iglesia para enseñar a los que querían ser
cristianos, para ayudar a todos a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de
que, creyendo en él, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos
en esta vida y construir así el cuerpo de Cristo. En las épocas en que muchas
personas no sabían leer ni escribir, las esculturas, las pinturas o las
vidrieras de las iglesias ayudaron a enseñar y a descubrir los misterios de
nuestra salvación. Aún hoy el arte es un bello camino para descubrir la belleza
de seguir a Cristo.
EL SOL QUE NACE DE LO ALTO
Desde el inicio de los tiempos la humanidad, y
especialmente el pueblo de Israel, deseaba la salvación que Dios nos ofrece en
Jesucristo:
El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande;
habitaban en tierra y sombras de muerte,
y la luz les brillo (Is 9, 1).
Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la
tierra: la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma cada persona.
Él, que es el Hijo, es quien nos ha revelado el misterio de Dios. Él nos enseña
que Dios es amor y nos los da a conocer. Con sus obras y sus palabras Jesús nos
hace ver cuánto nos ama Dios, que quiere que le llamemos Padre y seamos de
verdad sus hijos.
El Verbo era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre,
viniendo al mundo (Jn 1,
9).
Por Jesucristo, también sabemos quiénes somos
nosotros y para qué existimos. En él aprendemos a reconocer lo verdadero y lo
falso, lo que es luz y lo que es oscuridad. Con él surge en nosotros la luz de
la verdad (ver capítulo 39).
¿CÓMO LLEGAMOS A SER CRISTIANOS?
Desde
los tiempos de los Apóstoles para llegar a ser cristiano se sigue un camino y
una iniciación que consta de varios elementos: el anuncio de Jesucristo; la
catequesis que despierta y educa en la fe; y los sacramentos de la iniciación
cristiana, que son bautismo, confirmación y eucaristía. Por el bautismo
renacemos a una vida nueva, por la confirmación somos fortalecidos para ser
testigos del Señor, y en la eucaristía, cada vez que comulgamos, somos
alimentados con el pan de vida, que nos une a Cristo y entre nosotros.
BAUTIZADOS, TESTIGOS DE LA LUZ
En el bautismo se entrega una vela que es encendida en el cirio pascual: la
luz de Cristo resucitado nos ha convertido en hijos de la luz.
Antes sí erais tinieblas, pero ahora sois luz por el Señor.
Vivir como hijos de la luz,
pues toda bondad, justicia y verdad
son fruto de la luz (Ef
5, 8-9).
Los cristianos no podemos dejar que se
apague esa luz que nos indica el camino. Debemos proteger y acrecentar la luz
de la fe frente a lo que nos pueda arrojar a la oscuridad sobre Dios y sobre
nosotros mismos. Por eso escuchamos la palabra de Dios, celebramos la
eucaristía y nos amamos como Jesús nos enseñó.
En la Iglesia la catequesis nos ayuda a
conocer, a amar y a contemplar la luz verdadera, que es Cristo.
NOCHE CLARA COMO EL DÍA
La celebración más importante del año
cristiana es la Vigilia Pascual. En
ella conmemoramos la Resurrección del Señor (ver capítulo 64).
Cierre presenta el misterio de la luz de
Cristo con el signo del cirio pascual. Al iniciar la celebración, todos
nosotros encendemos nuestras velas en ese sitio. Entonces escuchamos el gran
anuncio de la Pascua:
¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con
la tierra,
lo humano y lo divino!
En nuestra oración pedimos al Señor que la
llama de la luz, que él ha encendido en nosotros, no se apague, sino que sea
cada vez mayor y más luminosa, con el fin de que seamos con él hijos de la luz,
astros de luz para nuestro tiempo.
La Pascua de cada año es el centro de las fiestas cristianas. San Gregorio Nacianceno, en el siglo IV, lo expresó así:
Igual que el sol supera las
estrellas,
la Pascua es, para nosotros,
la fiesta de las fiestas,
superior a todas las demás.
¿Eres cristiano?
Sí, soy cristiano por la gracia de Dios.
Sí, soy cristiano por la gracia de Dios.
UN MOMENTO DE REFLEXIÓN... (preguntas para reflexionar íntimamente, no las contestes inmediatamente, tómate tu tiempo para ello, pero muéstrate sincero/a)
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Textos extraídos de:
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA: Testigos del Señor. Editorial EDICE, 2ª edición. Madrid, 2015.
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA: Sagrada Biblia. Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Madrid, 2011.
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