21. Jesús es el Mesías, el Cristo
Estimados catecúmenos, en esta entrada podéis
encontrar el texto completo del tema 21 titulado: Jesús es el Mesías, el Cristo. Espero
que os sirva para reflexionar e integrar de manera progresiva la presencia de
Dios en vuestras vidas cotidianas.
INTRODUCCIÓN
En el Evangelio leemos que un ángel anunció a
los pastores el Nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor (Lc 2, 11). Asimismo, en el Bautismo que
recibe de Juan en el Jordán, el Espíritu Santo viene sobre Jesús, y la voz del
cielo proclama que él es el «Hijo amado». Es la manifestación de Jesús como
Mesías de Israel e Hijo de Dios (cf. Mt
3, 13-17).
Las tentaciones que Jesús vive en el desierto
muestran la manera que tiene de ser Mesías, opuesta a la que le propone
Satanás, a la que los hombres le quieren atribuir y distinta de la que la
mayoría imaginaba. Humilde y sencillo, no viene a ser servido, sino a
servir, y a dar la vida por todos. Es el Siervo del Señor (cf. Mt 16, 21-23).
Un día, en la sinagoga de Nazaret, Jesús
proclama que él es el Ungido por el Espíritu de Dios, enviado a evangelizar a
los pobres, a anunciar a los cautivos la libertad y, a los ciegos, a la vista;
a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del señor
(cf. Lc 4, 14-21). Las Escrituras se
cumplen en la persona de Cristo. Jesús conoce el fin de su misión: anunciar el
reino de Dios y hacerlo presente en su persona, sus actos y sus palabras, para
que el mundo sea reconciliado con Dios y renovado. Una misión que él acepta
libremente hasta llegar a dar su vida
para la salvación de todos; se sabe enviado por el Padre para servir y para dar
su vida por muchos. Los numerosos milagros de Jesús manifiestan que el reino de
Dios está presente en él y prueban que es el Mesías prometido.
Aunque es anunciado en primer lugar a los
hijos de Israel, toda persona está llamada a participar en el reino de Dios,
pero es necesario acoger la palabra de Cristo. Jesús pregunta a sus discípulos
qué dice la gente acerca de él y les invita a que también ellos respondan.
En el tiempo establecido, Jesús decidió subir
a Jerusalén para sufrir su Pasión, morir y resucitar. Entra en la ciudad
montado sobre un asno y es aclamado por la multitud. Desde lo alto de la cruz
manifiesta el auténtico sentido de su misión. Solamente después de su
Resurrección, su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el
pueblo de Dios: Al mismo Jesús, a quien
vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías (Hch 2, 36).
En la fórmula «Jesús es el Cristo» se expresa
el núcleo de la fe cristiana: Jesús, el sencillo hijo del carpintero de
Nazaret, es el Mesías esperado y el Salvador.
«MESÍAS», «CRISTO»
«Cristo» viene de la traducción
griega del término hebreo «mesías» que quiere decir «ungido».
Pasa a ser nombre propio de Jesús
porque él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa.
En efecto, en Israel eran ungidos
en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían
recibido de él. Éste era el caso de los Reyes, de los Sacerdotes y,
excepcionalmente, de los Profetas.
Éste debía ser por excelencia el
caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino.
El Mesías debía ser ungido por el
Espíritu del Señor a la vez como el Rey y Sacerdote, pero también como Profeta.
Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de
Sacerdote, Profeta y Rey.
EL MENSAJE
CENTRAL DE LA PREDICACIÓN DE JESÚS ES LA LLEGADA DEL REINO DE DIOS
Con la llegada del Reino de Dios se cumplen
las promesas que Dios había hecho a través de los Profetas. Dios viene no solo
a traer su justicia y su paz, sino también a vencer el mal y la muerte.
Este es el mensaje central de la predicación
de Jesús, que cuando tenía alrededor de 30 años comenzó a predicar diciendo: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed
en el Evangelio (Mc 1, 15).
Jesús invita a todos a entrar en el reino de
Dios; aún el peor de los pecadores es llamado a convertirse y aceptar la
infinita misericordia del Padre. Utiliza las parábolas con una forma de anunciar
el reino de Dios que pertenece, ya aquí en la tierra, a quienes lo acogen con corazón
humilde. A ellos les son revelados los misterios del reino de Dios.
Jesús acompaña sus palabras con signos y
milagros para atestiguar que el reino de Dios está presente en él, el Mesías.
Cura a muchos, pero él no ha venido para abolir todos los males de esta tierra,
sino, ante todo, para liberarnos de la esclavitud del pecado. La expulsión de
los demonios anuncia que su cruz se alzará victoriosa sobre el mal de este
mundo.
En Jesucristo y por Jesucristo, el reino de
Dios se hace presente entre los hombres; Dios mismo nos hace llegar su presencia,
su reconciliación, su perdón y su vida. En verdad, Jesucristo es, él mismo, el
reino de Dios. La fe en él es la puerta por la que entramos en este Reino.
EL CRISMÓN, UN SÍMBOLO PARA LOS CRISTIANOS
El crismón es un símbolo utilizado por las primeras
comunidades cristianas para expresar la fe en Jesucristo.
El crismón más primitivo y
sencillo está formado por las dos primeras letras de la palabra Cristo en
griego: la X y P cruzadas y generalmente encerradas en un círculo.
Muy frecuentemente aparece acompañado
de las letras alfa (A) y omega (Ω), primera y última letra del alfabeto griego, con las que también se
designa al Señor, pues como él mismo dijo en el Libro del Apocalipsis: Yo
soy el alfa y la Omega, el que es, el que era y el devenir, el todopoderoso (Ap 1, 8).
Aún hoy, en nuestras iglesias,
podemos contemplar a menudo el crismón, símbolo de Cristo.
DEL NOMBRE DE
CRISTO NOS VIENE A NOSOTROS EL NOMBRE DE CRISTIANOS
Bernabé
salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se lo llevó Antioquía.
Durante todo el año estuvieron juntos en aquella iglesia e instruyeron a
muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados
cristianos (Hch 11, 25-26).
Es cristiano
quien cree en Jesús y ha recibido el bautismo, y confiesa que Jesús es el único
Señor y Salvador; porque con la fuerza del Espíritu Santo, se adhiere a su
persona, a sus enseñanzas y a su camino; vive solo desde él y para él,
comprometido con Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, en el servicio de
los hombres. Seguir a Cristo es nuestra vocación; en esto consiste lo esencial
de la salvación de toda persona.
Pero no
podemos ir con Jesús si no abandonamos todo lo que nos impide seguirle. Es
preciso ser libres si queremos andar en pos de aquel que no tiene donde reclinar la
cabeza (Lc 9, 58), y que ha venido no para hacer su voluntad sino la voluntad del que le ha enviado (Jn 6, 38).
MIS OJOS HAN
VISTO AL SALVADOR
El 2 de
febrero la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo,
como signo del encuentro del Mesías esperado con el pueblo de Israel. Todo el
Antiguo Testamento da testimonio de él; los ancianos Simeón y Ana, iluminados
por el Espíritu Santo, reconocieron este hecho y lo proclamaron con alegría. El
Antiguo y el Nuevo Testamento se abrazan. Por eso, Simeón dice:
Ahora,
Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos
han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz
para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel (Lc 2, 29-32).
María y
José se admiran de estas palabras. El día de la fiesta de la Presentación toda
la Iglesia se une a esta alegría; en la celebración se enciende la luz de las
candelas, que anuncia la luz del cirio pascual: la Resurrección de Cristo.
Dejemos que la luz de Cristo nos ilumine. Salgamos a su encuentro, como Simeón
y Ana. Lo encontraremos y lo conoceremos en la eucaristía hasta que vuelva
revestido de gloria.
En
el siglo XX, en uno de sus viajes apostólicos, el papa Pablo VI proclamaba así
su amor a Cristo:
Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la Luz,
la Verdad, más aún, el Camino, y la Verdad y la Vida; él es el Pan y la Fuente
de agua viva que satisface nuestra hambre y nuestra sed, él es nuestro Pastor,
nuestro consuelo, nuestro hermano.
¿Se hace
presente el reino de Dios en Jesucristo?
Sí, en
Jesucristo el reino de Dios se hace presente entre los hombres. En él y por él
Dios mismo nos hace llegar su presencia, su reconciliación, su perdón y su
vida. En verdad, con Jesucristo viene el reino de Dios.
UN MOMENTO DE REFLEXIÓN... (preguntas para reflexionar
íntimamente, no las contestes inmediatamente, tómate tu tiempo para ello, pero
muéstrate sincero/a)
1. Un día, en una sinagoga de
Nazaret…, ¿quién proclama a Jesús como el Ungido del Espíritu Santo?:
a. Juan
el Bautista
b. Él
mismo (Jesús)
c. Juan
el Evangelista
d. Pedro
2. ¿En qué libro de la Biblia se habla del Señor como el
Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el Todopoderoso?
3. ¿Qué es un «crismón»
a. El
nombre que se le daba a los primeros cristianos
b. Habitante
de Crismona
c. Recipiente
donde se vierte el crisma, aceite que consagran los obispos para ungir en
Jueves Santo a los que se bautizan, confirman u ordenan.
d. Símbolo
utilizado por las primeras comunidades cristianas para expresar su fe en
Jesucristo.
4. ¿Qué dos ancianos, iluminados por el Espíritu Santo, reconocen
al Mesías en el niño que José y María presentan en el Templo –como era
costumbre judía– y lo proclaman con alegría?
Textos
literales extraídos de:
CONFERENCIA
EPISCOPAL ESPAÑOLA: Testigos del Señor. Editorial EDICE, 2ª
edición. Madrid, 2015.
CONFERENCIA
EPISCOPAL ESPAÑOLA: Sagrada Biblia. Biblioteca de Autores
Cristianos (BAC). Madrid, 2011.
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