22. Jesús es el Señor
Estimados catecúmenos, en esta entrada podéis
encontrar el texto completo del tema 22 titulado: Jesús es el Señor. Espero
que os sirva para reflexionar e integrar de manera progresiva la presencia de
Dios en vuestras vidas cotidianas.
INTRODUCCIÓN
Jesús celebró la fiesta de la Pascua del pueblo judío como anticipo de
lo que le iba a suceder en su Muerte y Resurrección. Al igual que el pueblo de
Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto, así también Cristo nos libera
del pecado y del poder de la muerte, y establece la reconciliación definitiva
entre Dios y los hombres.
JESÚS ANUNCIA SU PASIÓN Y MUERTE
Estaba cerca la fiesta de la Pascua y Jesús se encaminó con sus
discípulos hacia Jerusalén. Mientas subían a la ciudad santa les confió estas
misteriosas palabras: El hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los hombres y lo matarán (Mc 9, 31).
Llegaba la hora en que Jesús iba a cumplir hasta el extremo la misión que
había recibido de su Padre. Ahora iba a compartir del todo con los hombres lo
más oscuro y doloroso de la existencia humana: la muerte. Camino de Jerusalén,
decía a sus apóstoles: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino
a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45)
En efecto, Jesús trae a los hombres la salvación de Dios, no por el
camino del dominio y el poder, sino por el del amor obediente, la humillación y
el servicio. Llegaron a Jerusalén y, a la vista de la ciudad, Jesús: «¡Jerusalén,
Jerusalén! Cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a
los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido» (Mt 21, 9).
Y
montándose sobre una borrica, se dispuso a entrar en la ciudad. Muchos
alfombraron el camino con ramas cortadas en el campo. Gritaban enardecidos: «¡Hosanna al Hijo
de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mt 21,
9).
Y
Jesús, el Mesías de Dios, entró en la ciudad dispuesto morir, como antes había
ocurrido con los Profetas.
SEÑOR
Cuando los libros del
Antiguo Testamento –escritos originalmente en lengua hebrea– son traducidos al
griego, el nombre con el cual Dios se reveló a Moisés es traducido por la
palabra «señor» («kyrios»).
Desde entonces fue el
nombre más habitual para designar al Dios de Israel. Cuando los cristianos
escriben el Nuevo Testamento, denominan también Señor a Jesús, reconociéndolo
como Dios. El poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre también se le
deben a Jesús, porque así lo manifestó el Padre resucitándolo de entre los
muertos y exaltándolo.
PASIÓN Y MUERTE
DE JESÚS
La noche en que lo iban a entregar, Jesús cenó con los
Doce. Ésta fue la última Cena. Puestos a la mesa, Jesús se levantó, se quitó el
manto, tomó una toalla y se puso a lavar los pies a sus discípulos.
Pedro se resistía. No alcanzaba a comprender el gesto de
humilde servicio de su Maestro. Jesús les dijo: «Os he dado ejemplo para que
lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Dichosos vosotros
si lo ponéis en práctica» (Jn 13, 15-17).
Y añadió: «Os
doy un nuevo mandamiento: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también unos a otros» (Jn 13, 34).
Mientras cenaba con sus discípulos Jesús tomó pan,
pronunció la acción de gracias a Dios y, partiéndolo, se lo dio a comer a sus
discípulos diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros; haced esto en conmemoración mía» (Lc 22, 19).
Después de cenar, tomó una copa llena de vino, pronunció la
acción de gracias al Padre, y la pasó a sus discípulos para que bebiesen,
diciéndoles: «Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre, que
es derramada por vosotros» (Lc 22, 20).
Jesús encargó sus Apóstoles hacer lo mismo que él acababa
de hacer. Cada vez que parten el pan y
beben el cáliz de la salvación, los discípulos anuncian y hacen presente la
Muerte de Jesús. La iglesia cumple hoy el encargo de Jesús a celebrar la
eucaristía. Jesús también dijo: «Os digo que no beberé desde ahora del
fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios» (Lc 22, 18).
Con estas palabras Jesús quiere decir que él va a la muerte
con total confianza en la fidelidad de Dios, su Padre. Está seguro de que, un
día, el reino de Dios, proclamado y hecho presente por él en la tierra, se
manifestará con todo su poder. Hasta entonces, la comunidad de discípulos, cada
vez que celebra la eucaristía, anunciando su Muerte hasta que él vuelva, celebra
una fiesta de esperanza, la fiesta de la Pascual de la nueva Alianza.
Acabada la cena, Jesús y sus apóstoles fueron a orar a un
huerto, llamado Getsemaní. Judas Iscariote, uno de los Doce, se había puesto de
acuerdo con las autoridades religiosas para entregar a Jesús. Conducidos hasta
allí por Judas, unos hombres con espadas y palos prendieron a Jesús y lo
llevaron a casa de sumo sacerdote.
El grupo de ancianos miembros del Sanedrín, órgano supremo
de gobierno de los judíos, interrogaron a Jesús públicamente: «Entonces, ¿tú
eres el Hijo de Dios?». Él les dijo: «Vosotros lo decís, yo lo soy» (Lc 22, 70).
Al oír la contestación, el sumo sacerdote dijo que eso era
una blasfemia. Y todos lo declararon reo de muerte. Para condenar a Jesús a
muerte necesitaban autorización del gobernador. Por eso, apenas se hizo de día,
llevaron a Jesús ante Poncio Pilato y se pusieron a acusarlo diciendo: «Hemos
encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose que se
paguen tributos al César y diciendo que él es el Mesías rey» (Lc 23, 2).
Sin embargo, Jesús callaba, de modo que Pilatos estaba muy
extrañado. No encontraba en él ningún
delito que mereciera la muerte y quería ponerlo libertad. Pero los enemigos de
Jesús se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara. Por fin,
Pilato cedió a la presión: lo mandó azotar y les entregó a Jesús para que lo
crucificaran.
Los soldados del gobernador vistieron a Jesús de púrpura,
le pusieron una corona de espinas que habían trenzado y comenzaron a hacerle el
saludo: «¡Salve, rey de los judíos!» (Mc 15, 18).
Término de la burla, llevaron a Jesús al Gólgota cargado
con una cruz en la que lo iban a crucificar.
Una vez allí como lo crucificaron. Era media mañana. En lo alto de la Cruz pusieron un letrero en
el que estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos». Era el
letrero de la acusación, para que todos supiesen por qué lo habían condenado.
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas.
Los que pasaban lo insultaban. Mucho se burlaban de él. Decían: «A
otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora
de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues
dijo: “Soy Hijo de Dios”» (Mt 27, 42-43).
Pero Jesús oraba así: «Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen» (Lc 23, 24).
A media tarde, Jesús invocó a su Padre. Clamó con voz
potente a quien sabía que podía salvarlo de la muerte: «Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34).
Unas mujeres miraban desde lejos. Junto a la cruz de Jesús
estaba María, su madre. Jesús, al ver a su madre y cerca a Juan, el discípulo
que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26). Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27).
Jesús volvió a
clamar con voz potente: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Y, dando
un fuerte grito, expiró.
DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS
Después de afirmar que
Nuestro Señor Jesucristo murió y fue sepultado, en el credo profesamos que
«descendió a los infiernos»; con ello nos enseña que Jesús no sólo murió, si no
que estuvo muerto, compartiendo de este modo el destino de los muertos.
La Iglesia al profesar
su fe en el descenso de Cristo al «lugar de los muertos» afirma que Jesús murió
realmente y que, con su Muerte, venció a la muerte, abriendo la entrada en la
vida eterna a todos los hombres de todos los tiempos que mueren en amistad con Dios.
La Iglesia conmemora el
descenso de Cristo a los infiernos el Sábado Santo. En ese día, los cristianos
meditan el «gran descanso del Señor» y permanecen junto al sepulcro de Jesús
hasta que, en la noche santa, después de la solemne Vigilia pascual, queda
inaugurada litúrgicamente la alegría de la Pascua, que se prolongará durante
cincuenta días.
SEPULTURA DE
JESÚS
Los
soldados comprobaron que Jesús estaba muerto. Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el
costado, y al punto salió sangre y agua (Jn 19,
34).
Ante
la dolorosa y expectante mirada de María, su madre, el cuerpo de Jesús fue
bajado de la cruz por José de Arimatea, un miembro del Sanedrín que aguardaba
el Reino de Dios. Lo envolvió en la sábana y lo puso en el sepulcro, excavado en una
roca (Mc 15, 46). María Magdalena y algunas
mujeres observaban donde lo ponían. Era viernes.
RESURRECCIÓN DE
JESÚS
Al
tercer día, Dios Padre resucitó a Jesús de entre los muertos: escuchó la
oración confiada de su Hijo, obediente hasta la muerte en cruz.
Pasado
el sábado, al salir el sol, algunas de las mujeres, que habían presenciado la
crucifixión y la sepultura de Jesús, fueron al sepulcro y vieron apartada la
piedra grande y pesada que lo cerraba. No encontraron allí cuerpo de Jesús.
Vieron a un joven vestido de blanco que les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno,
el crucificado? Ha resucitado. No está aquí» (Mc 16,
6).
Muy pronto se extendió noticia. María
Magdalena Y las otras mujeres anunciaron que había encontrado el sepulcro vacío
Y que Jesús se les habían aparecido, que estaba vivo Y que les dijo: «No temáis, id a
comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28,
10).
Jesús
resucitado también se apareció a Pedro, a los otros apóstoles y a muchos
discípulos. Cuando Jesús resucitado se
dejaba ver por ellos, los discípulos se sorprendían, no acababan de creerlo,
pero se llenaban de alegría por el encuentro. Jesús habría de los suyos para
que comprendiese lo que las escrituras habían pronunciado: ¿No era necesario
que el Mesías padeciera esto y entrará así en su gloria? (Lc 24,
26).
Estas palabras hacían arder el corazón de los
discípulos que las escuchaban.
Jesús
resucitado, en sus apariciones, partía el pan y lo daba a los discípulos para
que lo comiesen juntos. Este gesto les abrió los ojos y reconocieron que Jesús
estaba vivo. Decían: «Era verdad, ha resucitado el Señor» (Lc 24,
34).
Jesús
resucitado, en sus apariciones, mostró a sus discípulos la llaga abierta de su
costado y las señales de los clavos de sus manos y pies. Los discípulos vieron
y creyeron.
A
Tomás, que dudó del testimonio de los Apóstoles sobre la Resurrección del
Señor, también se le apareció glorioso. Tomás exclamo: «¡Señor mío y
Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has
visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,
28-29).
¡Es verdad! El
Crucificado ha resucitado.
La
Resurrección del Señor hizo que la primitiva comunidad cristiana reconociera
definitivamente quién era Jesús: es el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios.
La
Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, y también su Ascensión y el envío del
Espíritu Santo, constituyen el Misterio pascual, que la Iglesia no he dejado nunca
de proclamar ni de actualizar en sus celebraciones. El acontecimiento de la cruz y de la
Resurrección continúan hoy vivos entre nosotros a través de los gestos y
palabras de la iglesia, sobre todo cuando celebra los sacramentos de la fe.
Estos
acontecimientos, de una vez por todas, han traído a los hombres la Salvación de
Dios. El Misterio pascual quedará consumado cuando Jesucristo, al final de los
tiempos, venga con gloria y majestad para juzgar a todos los hombres. Sigue el
paso definitivo de la muerte de la vida.
EL PEZ, SÍMBOLO CRISTIANO
Desde el siglo II, el pez, y su escritura en griego (IXØY∑)
se hizo muy popular como símbolo cristiano, presente en muchas catacumbas. Las
letras de esta palabra griega contienen los principales títulos del Señor:
(Ieosus):
Jesús
(Xristos):
Cristo
(Øeou): Dios
(Yios): Hijo
(∑oter): Salvador
LA PASIÓN Y
MUERTE DE CRISTO: SUS HERIDAS NOS HAN CURADO
Algunos jefes de Israel acusaron a Jesús de actuar contra
la Ley, contra el Templo de Jerusalén y, particularmente, contra la fe en el
Dios único, porque se proclamaba Hijo de Dios. Por ello, lo entregaron al poder
romano para que lo condenasen a muerte.
Jesús no abolió la Ley dad por Dios a Moisés, no dejó de
venerar el Templo de Jerusalén, nunca contradijo la fe en el Dios único, ni
siquiera cuando perdonaba los pecados, sino que llevó todo esto a plenitud. Con
todo, el Sanedrín lo denunció como agitador del pueblo y lo entregó al
gobernador romano, Poncio Pilato, para que lo condenase por rebelde al poder de
Roma, pues solo este tenía potestad sobre tales delitos.
¿Quién era el responsable de la Muerte de Jesús? No lo son
el conjunto de los judíos que vivían entonces, ni los judíos venidos después.
Todo pecador es realmente responsable de los sufrimientos de Cristo.
Jesús murió porque quiso ser fiel al plan que Dios tenía
para salvar a todos los hombres. Gracias a su vida y entrega en la cruz, Dios
Padre perdonó nuestros pecados y nos dio una nueva vida.
Él llevó nuestros pecados en su cuerpo. Con
sus heridas fuisteis curados (1 Pe 2, 24).
Toda la vida de Cristo expresa su misión: servir y dar su
vida en rescate de muchos; Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio
expiatorio, es decir, ha reparado nuestras culpas con la plena obediencia de su
amor hasta la muerte. El Hijo de Dios con su amor hasta el extremo reconcilia
la humanidad entera con el Padre. Se hizo solidario con todos los hombres y
murió en su lugar por fidelidad a Dios y amor a ellos. La fe cristiana afirma
que el sacrificio pascual de Cristo rescata a los hombres de modo único,
perfecto y definitivo, y les abre a la comunión con Dios.
Fuisteis liberados con una sangre preciosa,
como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo (1 Pe 1, 18-19).
Entregando a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta
que su designio sobre nosotros es un designio de amor y de perdón. Gracias al
sacrificio de Jesús, podemos responder con fidelidad a este amor y entrar en
una nueva relación con el prójimo, incluso con el enemigo.
Jesús llama a todos sus discípulos a tomar su cruz y a seguirle.
Los cristianos no buscan el dolor pero cuando se enfrentan a él, cobra sentido
para ellos si se unen a la Pasión de Cristo.
Porque también Cristo padeció por vosotros,
dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas (1 Pe 2, 21)
¿Por qué murió Jesús?
Jesús
murió porque quiso ser fiel al plan que Dios tenía para salvar a todos los
hombres.
Gracias a
su vida y entrega en la cruz, Dios Padre perdonó nuestros pecados y nos dio una
nueva vida.
LA RESURRECCIÓN DE CRISTO: VENCEDOR DEL PECADO Y
DE LA MUERTE
Cristo sufrió una verdadera muerte, y verdaderamente fue
sepultado. Pero el poder de Dios preservó su cuerpo de la corrupción y resucitó
al tercer día.
Con su Muerte los discípulos se habían dispersado y habían
perdido toda esperanza. Sin embargo, al tercer día todo cambió súbitamente:
vieron a Jesús vivo y lleno de gloria de Dios y comenzaron a dar testimonio de
la Buena Nueva de la Resurrección, anunciando: A este Jesús lo resucitó
Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos (Hch 2, 32).
¿Qué
quiere decir que Jesús resucitó de entre los muertos?
Quiere decir que Jesús, después de morir y ser sepultado,
fue devuelto a la vida por el poder de Dios, su Padre, para no morir jamás. La
Resurrección de Cristo no es un retorno a la vida terrena. Su cuerpo resucitado
es el mismo que fue crucificado, u lleva las huellas de su Pasión, pero ahora
participa ya de la vida divina.
¿Cómo
supieron los discípulos que Jesús había resucitado?
Lo supieron por el hallazgo del sepulcro vacío y porque
Jesús resucitado se les apareció. Fueron las mujeres las primeras que lo
encontraron y lo anunciaron a los Apóstoles. Después, Jesús se apareció a Pedro
y, más tare, a los Doce; también se apareció a más de quinientos hermanos que
estaban reunidos, y a otros muchos (cf. Cor
15, 5-6). Los Apóstoles no pudieron inventar lo imposible. De hecho, Jesús les
echó en cara su incredulidad.
¿Por
qué la Resurrección de Jesús es tan importante para la fe cristiana?
La Resurrección es un hecho tan central para nuestra fe que
San Pablo dice:
Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra
predicación y vana también nuestra fe (1 Cor
15, 14).
La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra
fe en Cristo y representa, junto con la cruz, una parte esencial del Misterio
pascual. Es el acontecimiento en el que se funda la fe cristiana, la
culminación de la Encarnación; la prueba de la divinidad de Cristo, que
confirma cuanto hizo y enseñó. La Resurrección realiza todas las promesas
divinas de nuestro favor.
ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE
QUITA EL PECADO DEL MUNDO
Jesús mismo comparó su Muerte y Resurrección con la
liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Así como la sangre del cordero
salvó las vidas de los israelitas en la salida de Egipto (Éx 12), la sangre de Jesús, el verdadero Cordero pascual, ha
liberado a la humanidad de su encierro en la muerte y el pecado.
¿Qué quiere decir que Jesús resucitó de entre los
muertos?
Quiere decir que Jesús,
después de morir y ser sepultado, fue devuelto a la vida por el poder de Dios,
su Padre, para no morir jamás.
LA GLORIFICACIÓN DE JESÚS: ÉL ES EL SEÑOR DE TODO
LO CREADO
En el
Libro de los Hechos de los Apóstoles san Lucas describe los encuentros de Jesús
resucitado con sus discípulos, ocurridos a lo largo de los cuarenta días
siguientes a su Resurrección. Al cabo de ellos, el Señor fue elevado al cielo
hasta que una nube se lo quitó de la vista (Hch
1, 9). Este es el acontecimiento de la Ascensión del Señor a los cielos. Este
es el acontecimiento de la Ascensión del Señor a los cielos, transmitido por
san Lucas, que expresa el misterio de la exaltación de Jesús resucitado como
Señor del universo y de la historia.
Cristo
subió a los cielos y se sentó a la derecha del Padre. Desde entonces, el Señor
reina en gloria eterna de Hijo de Dios, intercede incesantemente ante el Padre
a favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de llegar un día
junto a él, al lugar que os tiene preparado.
San Pablo
escribe a los cristianos de Filipos sobre el abajamiento de Jesús –que siendo
Dios se hizo hombre y se sometió a la muerte, u a una muerte de cruz– y sobre
su exaltación. Lo hace del siguiente modo: Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el
Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que, al nombre de Jesús, toda rodilla se
doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor para gloria de Dios, el Padre (Flp 2, 9-11).
Por su exaltación,
Jesucristo es Señor de vivos y muertos. A él está sometido todo, los cielos y
la tierra e incluso los poderes enemigos de Dios. Nada ni nadie puede detener
el señorío de Jesucristo, aunque este no brille del todo en el mundo a causa
del mal y de la muerte. Desde la Resurrección de Jesús el mal está herido de
muerte, tiene su guerra perdida, aunque todavía gane alguna batalla.
Como Señor
del universo y de la historia, Cabeza de su Iglesia, Cristo glorificado permanece
misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y
comienzo, en la Iglesia. A través de su Espíritu, el Resucitado impulsa el
corazón de los hombres para que implanten en el mundo el reino de la verdad y
la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor
y la paz.
En el
credo profesamos que el Señor «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y
muertos, y su Reino no tendrá fin». No sabemos el momento y, por eso, vivimos
en una espera vigilante. Aquel día, Cristo juzgará a los vivos y a los muertos.
Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada
uno con Dios y el prójimo. Toda persona será colmada de vida o condenada para
la eternidad, según sus obras.
La
victoria definitiva de Dios sobre el mal se hará visible. La gloria, la verdad
y la justicia de Dios saldrán a la luz. Con la venida de Cristo habrá un cielo nuevo y una tierra
nueva. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni
llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido (Ap 21, 14).
¿Qué quiere decir
que Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre
todopoderoso?
Cuando
decimos que Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios,
Padre todopoderoso, profesamos que Jesús resucitado vive en la gloria de Dios
Padre como Señor de todo lo creado.
NOSOTROS PARTICIPAMOS DE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN
DEL SEÑOR
Participamos
de la Muerte y Resurrección del Señor, de su Misterio pascual, si creemos que
ha resucitado y, bautizados, esperamos resucitar un día con él. Dios, que es
amor y Señor de la vida, nos comunica la posibilidad de vivir para siempre como
hijos suyos. Por la fe y el bautismo, nosotros participamos del mundo nuevo que
se inicia en la Resurrección de Cristo.
Especialmente
en la liturgia de la Iglesia, los cristianos estamos en comunión con
Jesucristo. Toda celebración litúrgica, no solo la eucaristía, es celebración
de su Misterio pascual. Jesús celebra con nosotros el paso de la muerte a la
vida y por el bautismo el creyente participa de la Muerte y Resurrección del
Cristo; es sepultado y resucita con él.
Con su
Ascensión y Glorificación comienza un tiempo de una nueva presencia de Jesús,
que ya no está en la tierra de forma visible, pero que está presente en su
Iglesia y actúa en ella por la fuerza del Espíritu Santo, principalmente en la
celebración litúrgica. Así cumple la promesa que hizo a los Apóstoles: Yo estoy con vosotros todos
los días hasta el final de los tiempos (Mt 28, 20).
¡ALELUYA, CRISTO HA RESUCITADO!
En Vigilia
pascual, antes de la proclamación del Evangelio, los fieles reunidos se ponen
de pie y se entona solemnemente el canto del Aleluya.
La
piedra que desecharon los arquitectos
Es
ahora la piedra angular.
Es
el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente (Sal 118, 22-23)
La Iglesia
dispone así acoger y vivir la gran noticia de la Resurrección de Jesucristo,
que se hace en cada uno de nosotros desde el día de nuestro bautismo.
Te
damos gracias, Señor,
Porque
Tú eres el Dios de los vivientes,
Que
nos llamas a la vida
Y
quieres que gocemos de una felicidad eterna.
Tú
has resucitado a Jesucristo de entre los muertos,
El
primero entre todos, y le has dado una vida nueva.
A
nosotros nos has prometido lo mismo:
Una
vida sin fin, sin penas ni dolores.
Por
eso, Padre, estamos contentos y te damos gracias.
(Plegaria eucarística
III para la misa con niños. Cincuentena pascual).
Entre los siglos VI y VII, san Braulio, obispo de
Zaragoza, discípulo y amigo del gran sabio san Isidoro de Sevilla, anuncia la
potencia de la Resurrección de Jesucristo.
¡O
muerte que separas y desunes!
Tu
poder ha sido ya quebrantado.
El
mismo que te ha vencido a ti
nos
ha redimido a nosotros.
¿Qué nos dice la fe
cristiana acerca de Jesucristo?
La fe cristiana nos dice
que Jesucristo es el Mesías, el Señor, el Hijo único de Dios hecho hombre, que
murió en la cruz por nuestros pecados; y a quien Dios, su Padre, resucitó de
entre los muertos para nuestra salvación.
UN MOMENTO DE
REFLEXIÓN... (preguntas para reflexionar íntimamente, no las contestes
inmediatamente, tómate tu tiempo para ello, pero muéstrate sincero/a)
1. Al igual que el pueblo de Israel fue liberado de la
esclavitud de Egipto, así también Cristo nos libera de dos tipos de esclavitud,
¿sabrías decirme cuáles son esos dos tipos de esclavitud?
2. ¿En qué acontecimiento de la vida de Jesús se funda la
fe cristiana?
3. ¿Con quién comparó el mismo Jesucristo su Muerte y
Resurrección?
4. Después de cuarenta días de la Resurrección, hubo un acontecimiento
trascendental con Jesucristo como protagonista, ¿a qué hecho se refiere el
enunciado?
Textos
literales extraídos de:
CONFERENCIA
EPISCOPAL ESPAÑOLA: Testigos del Señor. Editorial EDICE, 2ª
edición. Madrid, 2015.
CONFERENCIA
EPISCOPAL ESPAÑOLA: Sagrada Biblia. Biblioteca de Autores
Cristianos (BAC). Madrid, 2011.
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