22. Jesús es el Señor

Estimados catecúmenos, en esta entrada podéis encontrar el texto completo del tema 22 titulado: Jesús es el Señor. Espero que os sirva para reflexionar e integrar de manera progresiva la presencia de Dios en vuestras vidas cotidianas.

INTRODUCCIÓN
Jesús celebró la fiesta de la Pascua del pueblo judío como anticipo de lo que le iba a suceder en su Muerte y Resurrección.  Al igual que el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto, así también Cristo nos libera del pecado y del poder de la muerte, y establece la reconciliación definitiva entre Dios y los hombres.


JESÚS ANUNCIA SU PASIÓN Y MUERTE
Estaba cerca la fiesta de la Pascua y Jesús se encaminó con sus discípulos hacia Jerusalén. Mientas subían a la ciudad santa les confió estas misteriosas palabras: El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán (Mc 9, 31).
Llegaba la hora en que Jesús iba a cumplir hasta el extremo la misión que había recibido de su Padre. Ahora iba a compartir del todo con los hombres lo más oscuro y doloroso de la existencia humana: la muerte. Camino de Jerusalén, decía a sus apóstoles: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45)
En efecto, Jesús trae a los hombres la salvación de Dios, no por el camino del dominio y el poder, sino por el del amor obediente, la humillación y el servicio. Llegaron a Jerusalén y, a la vista de la ciudad, Jesús: «¡Jerusalén, Jerusalén! Cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido» (Mt 21, 9).
Y montándose sobre una borrica, se dispuso a entrar en la ciudad. Muchos alfombraron el camino con ramas cortadas en el campo. Gritaban enardecidos: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mt 21, 9).
Y Jesús, el Mesías de Dios, entró en la ciudad dispuesto morir, como antes había ocurrido con los Profetas.


SEÑOR
Cuando los libros del Antiguo Testamento –escritos originalmente en lengua hebrea– son traducidos al griego, el nombre con el cual Dios se reveló a Moisés es traducido por la palabra «señor» («kyrios»).
Desde entonces fue el nombre más habitual para designar al Dios de Israel. Cuando los cristianos escriben el Nuevo Testamento, denominan también Señor a Jesús, reconociéndolo como Dios. El poder, el honor y la gloria debidos a Dios Padre también se le deben a Jesús, porque así lo manifestó el Padre resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo.


PASIÓN Y MUERTE DE JESÚS
 La noche en que lo iban a entregar, Jesús cenó con los Doce. Ésta fue la última Cena. Puestos a la mesa, Jesús se levantó, se quitó el manto, tomó una toalla y se puso a lavar los pies a sus discípulos.
Pedro se resistía. No alcanzaba a comprender el gesto de humilde servicio de su Maestro. Jesús les dijo: «Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Dichosos vosotros si lo ponéis en práctica» (Jn 13, 15-17).
 Y añadió: «Os doy un nuevo mandamiento: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34).
Mientras cenaba con sus discípulos Jesús tomó pan, pronunció la acción de gracias a Dios y, partiéndolo, se lo dio a comer a sus discípulos diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en conmemoración mía» (Lc 22, 19).
Después de cenar, tomó una copa llena de vino, pronunció la acción de gracias al Padre, y la pasó a sus discípulos para que bebiesen, diciéndoles: «Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20).
Jesús encargó sus Apóstoles hacer lo mismo que él acababa de hacer.  Cada vez que parten el pan y beben el cáliz de la salvación, los discípulos anuncian y hacen presente la Muerte de Jesús. La iglesia cumple hoy el encargo de Jesús a celebrar la eucaristía. Jesús también dijo: «Os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios» (Lc 22, 18).
Con estas palabras Jesús quiere decir que él va a la muerte con total confianza en la fidelidad de Dios, su Padre. Está seguro de que, un día, el reino de Dios, proclamado y hecho presente por él en la tierra, se manifestará con todo su poder. Hasta entonces, la comunidad de discípulos, cada vez que celebra la eucaristía, anunciando su Muerte hasta que él vuelva, celebra una fiesta de esperanza, la fiesta de la Pascual de la nueva Alianza.
Acabada la cena, Jesús y sus apóstoles fueron a orar a un huerto, llamado Getsemaní. Judas Iscariote, uno de los Doce, se había puesto de acuerdo con las autoridades religiosas para entregar a Jesús. Conducidos hasta allí por Judas, unos hombres con espadas y palos prendieron a Jesús y lo llevaron a casa de sumo sacerdote.
El grupo de ancianos miembros del Sanedrín, órgano supremo de gobierno de los judíos, interrogaron a Jesús públicamente: «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». Él les dijo: «Vosotros lo decís, yo lo soy» (Lc 22, 70).
Al oír la contestación, el sumo sacerdote dijo que eso era una blasfemia. Y todos lo declararon reo de muerte. Para condenar a Jesús a muerte necesitaban autorización del gobernador. Por eso, apenas se hizo de día, llevaron a Jesús ante Poncio Pilato y se pusieron a acusarlo diciendo: «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose que se paguen tributos al César y diciendo que él es el Mesías rey» (Lc 23, 2).
Sin embargo, Jesús callaba, de modo que Pilatos estaba muy extrañado.  No encontraba en él ningún delito que mereciera la muerte y quería ponerlo libertad. Pero los enemigos de Jesús se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara. Por fin, Pilato cedió a la presión: lo mandó azotar y les entregó a Jesús para que lo crucificaran.
Los soldados del gobernador vistieron a Jesús de púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!» (Mc 15, 18).
Término de la burla, llevaron a Jesús al Gólgota cargado con una cruz en la que lo iban a crucificar.  Una vez allí como lo crucificaron. Era media mañana.  En lo alto de la Cruz pusieron un letrero en el que estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos». Era el letrero de la acusación, para que todos supiesen por qué lo habían condenado.
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas. Los que pasaban lo insultaban. Mucho se burlaban de él. Decían: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: “Soy Hijo de Dios”» (Mt 27, 42-43).
Pero Jesús oraba así: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 24).
A media tarde, Jesús invocó a su Padre. Clamó con voz potente a quien sabía que podía salvarlo de la muerte: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34).
Unas mujeres miraban desde lejos. Junto a la cruz de Jesús estaba María, su madre. Jesús, al ver a su madre y cerca a Juan, el discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26). Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27).
 Jesús volvió a clamar con voz potente: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Y, dando un fuerte grito, expiró.


DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS
Después de afirmar que Nuestro Señor Jesucristo murió y fue sepultado, en el credo profesamos que «descendió a los infiernos»; con ello nos enseña que Jesús no sólo murió, si no que estuvo muerto, compartiendo de este modo el destino de los muertos.
La Iglesia al profesar su fe en el descenso de Cristo al «lugar de los muertos» afirma que Jesús murió realmente y que, con su Muerte, venció a la muerte, abriendo la entrada en la vida eterna a todos los hombres de todos los tiempos que mueren en amistad con Dios.
La Iglesia conmemora el descenso de Cristo a los infiernos el Sábado Santo. En ese día, los cristianos meditan el «gran descanso del Señor» y permanecen junto al sepulcro de Jesús hasta que, en la noche santa, después de la solemne Vigilia pascual, queda inaugurada litúrgicamente la alegría de la Pascua, que se prolongará durante cincuenta días.


SEPULTURA DE JESÚS
Los soldados comprobaron que Jesús estaba muerto. Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua (Jn 19, 34).
Ante la dolorosa y expectante mirada de María, su madre, el cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz por José de Arimatea, un miembro del Sanedrín que aguardaba el Reino de Dios. Lo envolvió en la sábana y lo puso en el sepulcro, excavado en una roca (Mc 15, 46). María Magdalena y algunas mujeres observaban donde lo ponían. Era viernes.


RESURRECCIÓN DE JESÚS
Al tercer día, Dios Padre resucitó a Jesús de entre los muertos: escuchó la oración confiada de su Hijo, obediente hasta la muerte en cruz.
Pasado el sábado, al salir el sol, algunas de las mujeres, que habían presenciado la crucifixión y la sepultura de Jesús, fueron al sepulcro y vieron apartada la piedra grande y pesada que lo cerraba. No encontraron allí cuerpo de Jesús. Vieron a un joven vestido de blanco que les dijo: «No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí» (Mc 16, 6).
 Muy pronto se extendió noticia. María Magdalena Y las otras mujeres anunciaron que había encontrado el sepulcro vacío Y que Jesús se les habían aparecido, que estaba vivo Y que les dijo: «No temáis, id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10).
Jesús resucitado también se apareció a Pedro, a los otros apóstoles y a muchos discípulos.  Cuando Jesús resucitado se dejaba ver por ellos, los discípulos se sorprendían, no acababan de creerlo, pero se llenaban de alegría por el encuentro. Jesús habría de los suyos para que comprendiese lo que las escrituras habían pronunciado: ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrará así en su gloria? (Lc 24, 26).
 Estas palabras hacían arder el corazón de los discípulos que las escuchaban.
Jesús resucitado, en sus apariciones, partía el pan y lo daba a los discípulos para que lo comiesen juntos. Este gesto les abrió los ojos y reconocieron que Jesús estaba vivo. Decían: «Era verdad, ha resucitado el Señor» (Lc 24, 34).
Jesús resucitado, en sus apariciones, mostró a sus discípulos la llaga abierta de su costado y las señales de los clavos de sus manos y pies. Los discípulos vieron y creyeron.
A Tomás, que dudó del testimonio de los Apóstoles sobre la Resurrección del Señor, también se le apareció glorioso. Tomás exclamo: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 28-29).
¡Es verdad! El Crucificado ha resucitado.
La Resurrección del Señor hizo que la primitiva comunidad cristiana reconociera definitivamente quién era Jesús: es el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios.
La Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, y también su Ascensión y el envío del Espíritu Santo, constituyen el Misterio pascual, que la Iglesia no he dejado nunca de proclamar ni de actualizar en sus celebraciones.  El acontecimiento de la cruz y de la Resurrección continúan hoy vivos entre nosotros a través de los gestos y palabras de la iglesia, sobre todo cuando celebra los sacramentos de la fe.
Estos acontecimientos, de una vez por todas, han traído a los hombres la Salvación de Dios. El Misterio pascual quedará consumado cuando Jesucristo, al final de los tiempos, venga con gloria y majestad para juzgar a todos los hombres. Sigue el paso definitivo de la muerte de la vida.


EL PEZ, SÍMBOLO CRISTIANO
Desde el siglo II, el pez, y su escritura en griego (IXØY∑) se hizo muy popular como símbolo cristiano, presente en muchas catacumbas. Las letras de esta palabra griega contienen los principales títulos del Señor:
(Ieosus): Jesús
(Xristos): Cristo
(Øeou): Dios
(Yios): Hijo
(oter): Salvador


LA PASIÓN Y MUERTE DE CRISTO: SUS HERIDAS NOS HAN CURADO
Algunos jefes de Israel acusaron a Jesús de actuar contra la Ley, contra el Templo de Jerusalén y, particularmente, contra la fe en el Dios único, porque se proclamaba Hijo de Dios. Por ello, lo entregaron al poder romano para que lo condenasen a muerte.
Jesús no abolió la Ley dad por Dios a Moisés, no dejó de venerar el Templo de Jerusalén, nunca contradijo la fe en el Dios único, ni siquiera cuando perdonaba los pecados, sino que llevó todo esto a plenitud. Con todo, el Sanedrín lo denunció como agitador del pueblo y lo entregó al gobernador romano, Poncio Pilato, para que lo condenase por rebelde al poder de Roma, pues solo este tenía potestad sobre tales delitos.
¿Quién era el responsable de la Muerte de Jesús? No lo son el conjunto de los judíos que vivían entonces, ni los judíos venidos después. Todo pecador es realmente responsable de los sufrimientos de Cristo.
Jesús murió porque quiso ser fiel al plan que Dios tenía para salvar a todos los hombres. Gracias a su vida y entrega en la cruz, Dios Padre perdonó nuestros pecados y nos dio una nueva vida.
Él llevó nuestros pecados en su cuerpo. Con sus heridas fuisteis curados (1 Pe 2, 24).
Toda la vida de Cristo expresa su misión: servir y dar su vida en rescate de muchos; Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio expiatorio, es decir, ha reparado nuestras culpas con la plena obediencia de su amor hasta la muerte. El Hijo de Dios con su amor hasta el extremo reconcilia la humanidad entera con el Padre. Se hizo solidario con todos los hombres y murió en su lugar por fidelidad a Dios y amor a ellos. La fe cristiana afirma que el sacrificio pascual de Cristo rescata a los hombres de modo único, perfecto y definitivo, y les abre a la comunión con Dios.
Fuisteis liberados con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo (1 Pe 1, 18-19).
Entregando a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor y de perdón. Gracias al sacrificio de Jesús, podemos responder con fidelidad a este amor y entrar en una nueva relación con el prójimo, incluso con el enemigo.
Jesús llama a todos sus discípulos a tomar su cruz y a seguirle. Los cristianos no buscan el dolor pero cuando se enfrentan a él, cobra sentido para ellos si se unen a la Pasión de Cristo.
Porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas (1 Pe 2, 21)


¿Por qué murió Jesús?
Jesús murió porque quiso ser fiel al plan que Dios tenía para salvar a todos los hombres.
Gracias a su vida y entrega en la cruz, Dios Padre perdonó nuestros pecados y nos dio una nueva vida.


LA RESURRECCIÓN DE CRISTO: VENCEDOR DEL PECADO Y DE LA MUERTE
Cristo sufrió una verdadera muerte, y verdaderamente fue sepultado. Pero el poder de Dios preservó su cuerpo de la corrupción y resucitó al tercer día.
Con su Muerte los discípulos se habían dispersado y habían perdido toda esperanza. Sin embargo, al tercer día todo cambió súbitamente: vieron a Jesús vivo y lleno de gloria de Dios y comenzaron a dar testimonio de la Buena Nueva de la Resurrección, anunciando: A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos (Hch 2, 32).
¿Qué quiere decir que Jesús resucitó de entre los muertos?
Quiere decir que Jesús, después de morir y ser sepultado, fue devuelto a la vida por el poder de Dios, su Padre, para no morir jamás. La Resurrección de Cristo no es un retorno a la vida terrena. Su cuerpo resucitado es el mismo que fue crucificado, u lleva las huellas de su Pasión, pero ahora participa ya de la vida divina.
¿Cómo supieron los discípulos que Jesús había resucitado?
Lo supieron por el hallazgo del sepulcro vacío y porque Jesús resucitado se les apareció. Fueron las mujeres las primeras que lo encontraron y lo anunciaron a los Apóstoles. Después, Jesús se apareció a Pedro y, más tare, a los Doce; también se apareció a más de quinientos hermanos que estaban reunidos, y a otros muchos (cf. Cor 15, 5-6). Los Apóstoles no pudieron inventar lo imposible. De hecho, Jesús les echó en cara su incredulidad.
¿Por qué la Resurrección de Jesús es tan importante para la fe cristiana?
La Resurrección es un hecho tan central para nuestra fe que San Pablo dice:
Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe (1 Cor 15, 14).
La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo y representa, junto con la cruz, una parte esencial del Misterio pascual. Es el acontecimiento en el que se funda la fe cristiana, la culminación de la Encarnación; la prueba de la divinidad de Cristo, que confirma cuanto hizo y enseñó. La Resurrección realiza todas las promesas divinas de nuestro favor.


ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO
Jesús mismo comparó su Muerte y Resurrección con la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. Así como la sangre del cordero salvó las vidas de los israelitas en la salida de Egipto (Éx 12), la sangre de Jesús, el verdadero Cordero pascual, ha liberado a la humanidad de su encierro en la muerte y el pecado.


¿Qué quiere decir que Jesús resucitó de entre los muertos?
Quiere decir que Jesús, después de morir y ser sepultado, fue devuelto a la vida por el poder de Dios, su Padre, para no morir jamás.


LA GLORIFICACIÓN DE JESÚS: ÉL ES EL SEÑOR DE TODO LO CREADO
En el Libro de los Hechos de los Apóstoles san Lucas describe los encuentros de Jesús resucitado con sus discípulos, ocurridos a lo largo de los cuarenta días siguientes a su Resurrección. Al cabo de ellos, el Señor fue elevado al cielo hasta que una nube se lo quitó de la vista (Hch 1, 9). Este es el acontecimiento de la Ascensión del Señor a los cielos. Este es el acontecimiento de la Ascensión del Señor a los cielos, transmitido por san Lucas, que expresa el misterio de la exaltación de Jesús resucitado como Señor del universo y de la historia.
Cristo subió a los cielos y se sentó a la derecha del Padre. Desde entonces, el Señor reina en gloria eterna de Hijo de Dios, intercede incesantemente ante el Padre a favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de llegar un día junto a él, al lugar que os tiene preparado.
San Pablo escribe a los cristianos de Filipos sobre el abajamiento de Jesús –que siendo Dios se hizo hombre y se sometió a la muerte, u a una muerte de cruz– y sobre su exaltación. Lo hace del siguiente modo: Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios, el Padre (Flp 2, 9-11).
Por su exaltación, Jesucristo es Señor de vivos y muertos. A él está sometido todo, los cielos y la tierra e incluso los poderes enemigos de Dios. Nada ni nadie puede detener el señorío de Jesucristo, aunque este no brille del todo en el mundo a causa del mal y de la muerte. Desde la Resurrección de Jesús el mal está herido de muerte, tiene su guerra perdida, aunque todavía gane alguna batalla.
Como Señor del universo y de la historia, Cabeza de su Iglesia, Cristo glorificado permanece misteriosamente en la tierra, donde su Reino está ya presente, como germen y comienzo, en la Iglesia. A través de su Espíritu, el Resucitado impulsa el corazón de los hombres para que implanten en el mundo el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.
En el credo profesamos que el Señor «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin». No sabemos el momento y, por eso, vivimos en una espera vigilante. Aquel día, Cristo juzgará a los vivos y a los muertos. Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada uno con Dios y el prójimo. Toda persona será colmada de vida o condenada para la eternidad, según sus obras.
La victoria definitiva de Dios sobre el mal se hará visible. La gloria, la verdad y la justicia de Dios saldrán a la luz. Con la venida de Cristo habrá un cielo nuevo y una tierra nueva. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido (Ap 21, 14).


¿Qué quiere decir que Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso?
Cuando decimos que Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso, profesamos que Jesús resucitado vive en la gloria de Dios Padre como Señor de todo lo creado.


NOSOTROS PARTICIPAMOS DE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Participamos de la Muerte y Resurrección del Señor, de su Misterio pascual, si creemos que ha resucitado y, bautizados, esperamos resucitar un día con él. Dios, que es amor y Señor de la vida, nos comunica la posibilidad de vivir para siempre como hijos suyos. Por la fe y el bautismo, nosotros participamos del mundo nuevo que se inicia en la Resurrección de Cristo.
Especialmente en la liturgia de la Iglesia, los cristianos estamos en comunión con Jesucristo. Toda celebración litúrgica, no solo la eucaristía, es celebración de su Misterio pascual. Jesús celebra con nosotros el paso de la muerte a la vida y por el bautismo el creyente participa de la Muerte y Resurrección del Cristo; es sepultado y resucita con él.
Con su Ascensión y Glorificación comienza un tiempo de una nueva presencia de Jesús, que ya no está en la tierra de forma visible, pero que está presente en su Iglesia y actúa en ella por la fuerza del Espíritu Santo, principalmente en la celebración litúrgica. Así cumple la promesa que hizo a los Apóstoles: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Mt 28, 20).


¡ALELUYA, CRISTO HA RESUCITADO!
En Vigilia pascual, antes de la proclamación del Evangelio, los fieles reunidos se ponen de pie y se entona solemnemente el canto del Aleluya.
La piedra que desecharon los arquitectos
Es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente (Sal 118, 22-23)
La Iglesia dispone así acoger y vivir la gran noticia de la Resurrección de Jesucristo, que se hace en cada uno de nosotros desde el día de nuestro bautismo.
Te damos gracias, Señor,
Porque Tú eres el Dios de los vivientes,
Que nos llamas a la vida
Y quieres que gocemos de una felicidad eterna.
Tú has resucitado a Jesucristo de entre los muertos,
El primero entre todos, y le has dado una vida nueva.
A nosotros nos has prometido lo mismo:
Una vida sin fin, sin penas ni dolores.
Por eso, Padre, estamos contentos y te damos gracias.
(Plegaria eucarística III para la misa con niños. Cincuentena pascual).


Entre los siglos VI y VII, san Braulio, obispo de Zaragoza, discípulo y amigo del gran sabio san Isidoro de Sevilla, anuncia la potencia de la Resurrección de Jesucristo.
¡O muerte que separas y desunes!
Tu poder ha sido ya quebrantado.
El mismo que te ha vencido a ti
nos ha redimido a nosotros.


¿Qué nos dice la fe cristiana acerca de Jesucristo?
La fe cristiana nos dice que Jesucristo es el Mesías, el Señor, el Hijo único de Dios hecho hombre, que murió en la cruz por nuestros pecados; y a quien Dios, su Padre, resucitó de entre los muertos para nuestra salvación.


UN MOMENTO DE REFLEXIÓN... (preguntas para reflexionar íntimamente, no las contestes inmediatamente, tómate tu tiempo para ello, pero muéstrate sincero/a)
1. Al igual que el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto, así también Cristo nos libera de dos tipos de esclavitud, ¿sabrías decirme cuáles son esos dos tipos de esclavitud?
2. ¿En qué acontecimiento de la vida de Jesús se funda la fe cristiana?
3. ¿Con quién comparó el mismo Jesucristo su Muerte y Resurrección?
4. Después de cuarenta días de la Resurrección, hubo un acontecimiento trascendental con Jesucristo como protagonista, ¿a qué hecho se refiere el enunciado?

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Textos literales extraídos de:
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA: Testigos del Señor. Editorial EDICE, 2ª edición. Madrid, 2015.
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA: Sagrada Biblia. Biblioteca de Autores Cristianos (BAC). Madrid, 2011.
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